Gitanos, una tribu que se mantiene viva
Tomado de: www.vanguardia.com
COLPRENSA. 06/02/2007. Marcela sólo tiene 15 años, pero desde hace ocho días está “felizmente” casada. Su compañero sentimental es Martín, él tiene 19 y es la persona que la acompañará por el resto de su vida. A pesar de ser tan jóvenes, decidieron unirse y comprometerse para siempre. Algo poco común en estos tiempos.
En definitiva es un matrimonio particular. Como ellos mismos lo aseguran, están unidos por un lazo inseparable, que no podrán deshacer jamás. Ella es digna de recibir la bendición divina y él de tenerla como esposa. Es pura y virginal, en su vida no ha existido otro hombre y por ello merece el respeto de todos.
Aunque sólo duraron tres meses de novios, deben asumir el compromiso familiar. No pueden estar por ahí, dando de qué hablar. Él debe brindarle un hogar y ella, por su parte, debe dedicarse a cuidarlo. Esta es su ley, su costumbre; es una tradición que no puede desaparecer totalmente, por más que la cultura y la modernidad intenten absorberla.
Marcela y Martín, son gitanos. Una tribu con historias, mitos y creencias que por cientos de años deambularon por el mundo, dejando huella de muchas de las costumbres que los caracterizaron o que aún los caracterizan, porque aunque ya no sean los mismos de antes, hay algo de sus raíces que permanece vivo en las nuevas generaciones.
Atrás quedó el nomadismo
En Cúcuta suman unos 800, de hecho es una de las comunidades o tribus más grandes que existe en el país. También los hay en Bogotá, Santander y Antioquia. Llegaron hace aproximadamente unos 20 ó 25 años a la ciudad en donde se instalaron, se acomodaron y se quedaron. La mayoría de ellos viene de generaciones procedentes de España y otros países europeos, que durante su habitual condición de nómadas terminaron por refugiarse en Colombia. Mera Gómez y Antonio Gómez, y no porque sean esposos, sino porque todos llevan el mismo apellido, fueron algunos de los que alcanzaron a recorrer el país, negociando y comerciando las artesanías y otros orfebres que diseñaban y trabajaban como era costumbre en su comunidad. Antonio recuerda que vendía caballos y que viajaba junto a toda su familia. En algunos pueblos podían durar días, a veces meses, todo dependía de los presagios de las abuelas sobre el lugar, o en su defecto de las condiciones económicas que se vislumbraran a su paso. Vivían en las tradicionales carpas que durante años los identificaron en cada rincón al que iban.
Cuando llegaron a Norte de Santander vieron que las oportunidades que les ofrecían eran buenas y por ello decidieron quedarse y buscar estabilidad completa. Antes de ello, alcanzaron a recorrer algunos pueblos como Durania, Toledo, Pamplona, entre otros, en donde se dieron a conocer y continuaron con sus prácticas mercantiles.
Pero fue después de 1990, que fueron dejando atrás aquellas milenarias costumbres y con ello, dieron el salto a la modernidad. El modo de vida y la misma situación del país los obligó a cambiar carpa por casa y así mismo, los populares inventos y aventuras de “Melquíades”, por un negocio rentable y productivo.
Tanta inseguridad y violencia que empezó a apoderarse del país, confinó a una cultura y a una costumbre viva, que aún no se resigna del todo a dejar a un lado quién es y de dónde viene.
Antonio tuvo que olvidarse de cargar con toda su familia de pueblo en pueblo y por el contrario, ahora son sólo los hombres los que se lanzan al momento incierto, pero ostentoso mundo del comercio. Mera, por su parte, debió someterse al cuidado y los quehaceres del hogar y de los hijos.
Hoy día, de vez en cuando, lee las cartas y no por necesidad sino porque, es una manera de conservar tradiciones generacionales que fueron cultivadas desde sus ancestros y que a pesar del tiempo, considera necesario mantener.
Sus condiciones cambiaron, ahora viven en cómodas casas, ya no van de pueblo en pueblo o de ciudad en ciudad. El trabajo del bronce y el metal se ha ido olvidando y remplazando por la ganadería, la talabartería y otras actividades económicas que les permiten al hombre, encargado del hogar, obtener el sustento diario.
Un híbrido cultural
Los “nuevos gitanos” reconocen que mantener la cultura y la tradición no ha sido fácil.
En realidad de la tribu que habita en Cúcuta, sólo unos 10 son “gitanos puros”. Esos que a pesar de haber llegado a otro país, a otras costumbres y otra cultura, sus raíces siempre serán las mismas. Su forma de vestir no cambia, tampoco su manera de hablar y de ninguna forma cambiará su actuar.
Otros han establecido relaciones con personas del común, lo que ha significado un imprescindible híbrido cultural.
De cualquier forma, las raíces del país se han adherido a las de ellos y por esta razón hoy no causa la misma impresión, ver a uno de ellos caminar por ahí o pasar por enfrente de cualquiera.
Antes, toda gitana debía portar su tradicional y lujoso vestido largo, que se acompañaba de las ya conocidas monedas, las cuales le daban el sello propio y característico.
Ahora, las casadas son las únicas que lo llevan a donde quiera que vayan, desde que se levantan hasta que se acuestan. Es una señal de respeto y benevolencia para con su esposo. Las solteras en cambio lo han dejado de lado un poco para ponerse al día con la moda del jean. Es por esto, que muchas de ellas pasan inadvertidas entre la multitud. El Jhomanes, su baile tradicional, se ha ido opacando entre tanto reggaetón, salsa y merengue.
Tal vez lo que no se olvide será el tan curioso lenguaje gitano. A pesar de que hablan el español, su propio idioma es el catalán, una lengua romance, con la que conversan entre sí, pero que no escriben. Es éste una de los pocos rasgos que aún conservan y por esto, prácticamente, todo el tiempo se escuchan hablar raro.
Pero, y porque son escasas las cosas que se conservan de tanta historia, los patriarcas de la tribu se entristecen al pensar que la modernidad y multiculturalidad ha ido acabando con lo que, bueno o malo, algún día fue el pueblo gitano.
Una boda gitana
El protocolo de la boda, la fiesta de compromiso, la preparación y la ceremonia en sí, tienen el toque que sólo una tribu gitana le puede dar. Para que una mujer se case debe ser virgen, es por esto que la mayoría de ellas lo hace a tan corta edad, porque el amor se da sólo una vez y es para toda la vida. La antesala al matrimonio es la pedida de la mano. Los padres del novio son quienes van a hacer el ofrecimiento en casa de la novia. Hacen una fiesta similar a la del matrimonio y obsequian un dinero o un regalo, por el compromiso. La unión marital la hace un pastor, quien los bendice y consuma el amor que se profesan, ante Dios. Al igual que en la iglesia católica, los compromete a amarse y entenderse por toda la vida, a compartir y a aprender a vivir en familia. Por otra parte, simbólicamente y como lo dictan las leyes gitanas, son los patriarcas o los más antiguos y sabios de la comunidad quienes se encargan de unirlos para la eternidad. De ello son testigos 20 padrinos que son los encargados de velar porque la familia se mantenga unida y por ello en caso de que se presente discordia entre la pareja, tienen la responsabilidad moral de buscar salidas y solución a la situación.
Girón, hogar de los ROM
Venecer Gómez Fuentes, abogado Rom e integrante de los 195 gitanos ubicados en Girón, explica que “el pueblo Rom es un sólo pueblo, por lo que no es posible hablar de varios pueblos. Más allá de que esté compuesto por subgrupos y vitsi (vitsa, en singular) o linajes o clanes, el pueblo Rom es un único pueblo y como tal debe ser asumido”.
En su informe Diagnóstico en Salud y características del Pueblo Rom, del año 2004, Venecer señala que en Girón existe la kumpania del barrio El Poblado. La comunidad Rom de Girón mantiene un promedio de cuatro nacimientos y tres defunciones por año. Las muertes corresponden en su totalidad a personas mayores de 60 años. La población económicamente activa se encuentra en el margen de los 14 a los 65 años dedicados al comercio informal, artesanías en cobre y compra y venta de caballos, actividades económicas tradicionales dentro del pueblo Rom. La kumpanìa Rom de Girón abandonó la costumbre de vivir en carpas hace mas de 25 años, por lo cual los jóvenes menores de 25 años no conocen esta tradición. Este cambio ha implicado un mejoramiento en las condiciones de la vivienda y el acceso a los servicios básicos, pero una desventaja en cuanto a la cohesión de la comunidad, pues para los Rom los muros distancian la diaria relación de las personas. También se presentan casos de hacinamiento.
En lengua de Gitanos
Talabartería: trabajo con correaje y objetos de cuero.
Jhomanes: tradicional danza gitana que se baila al son de una pandereta, donde mujeres y hombres demuestran sus habilidades artísticas en medio de una ronda.
Romanés o romaní shib: idioma de los Rom. Es noríndico y se encuentra emparentado con muchos idiomas hablados actualmente en la India.
Romly: Mujer Rom.
Kumpania: Es el conjunto de patrigrupos familiares pertenecientes ya sea a una misma vitsa (o
linaje), o a vitsi (plural de vitsa) diferentes que han establecido alianzas entre sí, principalmente, a través de intercambios matrimoniales.
Tomado de: www.vanguardia.com/2007/2/6/pri5.htm
Vanguardia Liberal. Bucaramanga. 6 de febrero de 2007.
jueves, 30 de abril de 2009
PUEBLO ROM PRESENTE.
RECONOCIMIENTO COMO MINORÍA, PIDEN LOS GITANOS*
Por:
MARITZA PALOMINO M.
Los Gitanos, menospreciados por la ignorancia de muchos, y desconocidos como una rica cultura, están reclamando la identidad como etnia que les corresponde en el ámbito nacional. Buscando ejercer los derechos que la Constitución Política les otorga como grupo étnico colombiano, cerca de doscientos Gitanos de todo el país se reunieron el pasado fin de semana en Girón (Santander). Allí reflexionaron sobre su necesidad de dejar de ser invisibles y analizaron su situación económica y cultural en la Colombia de hoy. El evento fue apoyado por el Ministerio de Cultura en un primer paso por lograr un espacio de concientización de esta población, para que salga de su automarginamiento y busque solución a sus problemas a través de la unidad.
El pueblo Rom (Gitano) se reunió durante dos días de reflexión y análisis, con representantes de los gadye, --no Gitanos--, en Girón, para analizar y reflexionar sobre su actual situación y la necesidad de comenzar a ejercer sus derechos como grupo étnico colombiano.
Juan Carlos Gamboa Martínez, historiador e investigador de la cultura Gitana, fue uno de los representantes del Gobierno Nacional, que estuvo en el Primer Seminario Taller: Pasado, Presente y Futuro del Pueblo Rom”, como delegado del Ministerio del Interior.
Él explicó que se dio este espacio, nunca antes logrado, debido a que los Gitanos de Colombia, dadas las transformaciones culturales que se están dando, vieron la necesidad de empezar a ejercer sus derechos constitucionales y legales, consagrados para los diferentes grupos étnicos de Colombia.
“La Constitución Política en su artículo 7 habla de que el Estado preserva y conserva la diversidad étnica y cultural y sin embargo, los Gitanos no saben cuáles son esos derechos, ni los han ejercido”, explicó el funcionario.
Un día, sin embargo, enviaron derechos de petición a los Ministerios de Salud, Educación, del Interior, de Cultura y al Departamento Nacional de Planeación, preguntando qué historia de relación tenían con los Gitanos y qué podían hacer para tener acceso a los derechos de los grupos étnicos.
Tras ello el Ministerio del Interior conceptuó, a través de la Dirección General de Asuntos Indígenas, así:
“Se les debe garantizar que simétricamente los derechos consagrados para los demás grupos étnicos, también le sean proyectados al pueblo Gitano. Las disposiciones contenidas en el Convenio 169 de 1989 de la Organización Internacional del Trabajo, también se les debe aplicar, por cuanto allí se habla de pueblos indígenas y tribales y los Gitanos pertenecen a éstos últimos.
Al respecto también dio su concepto el Ministerio de Cultura, a través de la Dirección Nacional de Etnocultura, de donde se comenzó a trabajar en una labor de concientización sobre la realidad que hoy presenta el pueblo Rom y de la necesidad de que dejen de ser invisibles.
Pueblo invisible
Pese a estar en Colombia desde la época de la colonia, los Gitanos han preferido el automarginamiento, como estrategia de sobrevivencia cultural.
De acuerdo con el historiador Gamboa Martínez, lo que motivó al pueblo Rom a analizar su organización es la crítica situación que atraviesan, principalmente económica y cultural, por cuanto los oficios tradicionales que por años han desarrollado ya no son rentables como el chalaneo de caballos, la venta de mercancía, el trabajo en cobre y bronce.
Se estima que en Colombia habitan cerca de diez mil Gitanos, ubicados en los barrios Atalaya de Cúcuta, El Poblado de Girón, Santamaría de Itagüí, El Jardín de Cali, San Rafael, Nueva Marsella, Primavera, Galán y Puente Aranda en Bogotá, D.C.
En Girón se reunieron cerca de doscientos, porque allí comenzó a gestarse un proceso histórico que se cristalizó durante el seminario-taller, con el nombramiento de un portavoz del pueblo Rom, Venecer Gómez Fuentes, quien evidencia una transformación.
Un proyecto nacional
Los objetivos del seminario-taller buscaron un espacio de reflexión interna, para que los Gitanos analizaran sus problemas, las transformaciones de su cultura, qué elementos de la sociedad mayoritaria les pueden servir y cuáles de su organización se deben fortalecer.
Para ello se convocaron las instituciones nacionales que manejan programas con grupos étnicos, para que escucharan sus reflexiones.
Entre ellos estuvieron representantes de la Dirección Nacional de Etnocultura del Ministerio de cultura, de la Procuraduría Delegada para Asuntos Étnicos de la Procuraduría General de la Nación, de la Defensoría Delegada para los Grupos Étnicos de la Defensoría del Pueblo, del Programa de Grupos Étnicos del Ministerio de Salud, de la Dirección Nacional de Etnoeducación del Ministerio de Educación y de la Dirección General de Asuntos Indígenas del Ministerio del Interior.
También participó el senador indígena Francisco Rojas Birry, con quien los Gitanos establecieron una alianza que llevó al actual portavoz a ocupar el cuarto renglón del congresista.
Entre las conclusiones se destaca que los Gitanos avanzaron en su necesidad de crear unidad, además del nombramiento del portavoz y de que salgan del anonimato trabajando en torno a un proyecto de ley que reglamente el Convenio 169 de la OIT “Sobre Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes”.
* Tomado de: Vanguardia Liberal. Bucaramanga. Sábado 8 de agosto de 1998. “Sección Metropolitana”. P.1.
RECONOCIMIENTO COMO MINORÍA, PIDEN LOS GITANOS*
Por:
MARITZA PALOMINO M.
Los Gitanos, menospreciados por la ignorancia de muchos, y desconocidos como una rica cultura, están reclamando la identidad como etnia que les corresponde en el ámbito nacional. Buscando ejercer los derechos que la Constitución Política les otorga como grupo étnico colombiano, cerca de doscientos Gitanos de todo el país se reunieron el pasado fin de semana en Girón (Santander). Allí reflexionaron sobre su necesidad de dejar de ser invisibles y analizaron su situación económica y cultural en la Colombia de hoy. El evento fue apoyado por el Ministerio de Cultura en un primer paso por lograr un espacio de concientización de esta población, para que salga de su automarginamiento y busque solución a sus problemas a través de la unidad.
El pueblo Rom (Gitano) se reunió durante dos días de reflexión y análisis, con representantes de los gadye, --no Gitanos--, en Girón, para analizar y reflexionar sobre su actual situación y la necesidad de comenzar a ejercer sus derechos como grupo étnico colombiano.
Juan Carlos Gamboa Martínez, historiador e investigador de la cultura Gitana, fue uno de los representantes del Gobierno Nacional, que estuvo en el Primer Seminario Taller: Pasado, Presente y Futuro del Pueblo Rom”, como delegado del Ministerio del Interior.
Él explicó que se dio este espacio, nunca antes logrado, debido a que los Gitanos de Colombia, dadas las transformaciones culturales que se están dando, vieron la necesidad de empezar a ejercer sus derechos constitucionales y legales, consagrados para los diferentes grupos étnicos de Colombia.
“La Constitución Política en su artículo 7 habla de que el Estado preserva y conserva la diversidad étnica y cultural y sin embargo, los Gitanos no saben cuáles son esos derechos, ni los han ejercido”, explicó el funcionario.
Un día, sin embargo, enviaron derechos de petición a los Ministerios de Salud, Educación, del Interior, de Cultura y al Departamento Nacional de Planeación, preguntando qué historia de relación tenían con los Gitanos y qué podían hacer para tener acceso a los derechos de los grupos étnicos.
Tras ello el Ministerio del Interior conceptuó, a través de la Dirección General de Asuntos Indígenas, así:
“Se les debe garantizar que simétricamente los derechos consagrados para los demás grupos étnicos, también le sean proyectados al pueblo Gitano. Las disposiciones contenidas en el Convenio 169 de 1989 de la Organización Internacional del Trabajo, también se les debe aplicar, por cuanto allí se habla de pueblos indígenas y tribales y los Gitanos pertenecen a éstos últimos.
Al respecto también dio su concepto el Ministerio de Cultura, a través de la Dirección Nacional de Etnocultura, de donde se comenzó a trabajar en una labor de concientización sobre la realidad que hoy presenta el pueblo Rom y de la necesidad de que dejen de ser invisibles.
Pueblo invisible
Pese a estar en Colombia desde la época de la colonia, los Gitanos han preferido el automarginamiento, como estrategia de sobrevivencia cultural.
De acuerdo con el historiador Gamboa Martínez, lo que motivó al pueblo Rom a analizar su organización es la crítica situación que atraviesan, principalmente económica y cultural, por cuanto los oficios tradicionales que por años han desarrollado ya no son rentables como el chalaneo de caballos, la venta de mercancía, el trabajo en cobre y bronce.
Se estima que en Colombia habitan cerca de diez mil Gitanos, ubicados en los barrios Atalaya de Cúcuta, El Poblado de Girón, Santamaría de Itagüí, El Jardín de Cali, San Rafael, Nueva Marsella, Primavera, Galán y Puente Aranda en Bogotá, D.C.
En Girón se reunieron cerca de doscientos, porque allí comenzó a gestarse un proceso histórico que se cristalizó durante el seminario-taller, con el nombramiento de un portavoz del pueblo Rom, Venecer Gómez Fuentes, quien evidencia una transformación.
Un proyecto nacional
Los objetivos del seminario-taller buscaron un espacio de reflexión interna, para que los Gitanos analizaran sus problemas, las transformaciones de su cultura, qué elementos de la sociedad mayoritaria les pueden servir y cuáles de su organización se deben fortalecer.
Para ello se convocaron las instituciones nacionales que manejan programas con grupos étnicos, para que escucharan sus reflexiones.
Entre ellos estuvieron representantes de la Dirección Nacional de Etnocultura del Ministerio de cultura, de la Procuraduría Delegada para Asuntos Étnicos de la Procuraduría General de la Nación, de la Defensoría Delegada para los Grupos Étnicos de la Defensoría del Pueblo, del Programa de Grupos Étnicos del Ministerio de Salud, de la Dirección Nacional de Etnoeducación del Ministerio de Educación y de la Dirección General de Asuntos Indígenas del Ministerio del Interior.
También participó el senador indígena Francisco Rojas Birry, con quien los Gitanos establecieron una alianza que llevó al actual portavoz a ocupar el cuarto renglón del congresista.
Entre las conclusiones se destaca que los Gitanos avanzaron en su necesidad de crear unidad, además del nombramiento del portavoz y de que salgan del anonimato trabajando en torno a un proyecto de ley que reglamente el Convenio 169 de la OIT “Sobre Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes”.
* Tomado de: Vanguardia Liberal. Bucaramanga. Sábado 8 de agosto de 1998. “Sección Metropolitana”. P.1.
Voces de la otra Colombia (IV)
GITANOS: EL PUEBLO INVISIBLE
Por:
MARÍA MERCEDES ABAD
Un país de minorías étnicas que, con frecuencia contra la corriente, además de sobrevivir, luchan por mantener sus tradiciones y su lengua. Enigmáticos, misteriosos, los gitanos están en Colombia desde hace siglos. En esta cuarta entrega de la serie, un viejo gitano cuenta su historia de aventura y errancia en Colombia, fiel reflejo de la lucha de este pueblo por mantener sus lenguas y tradiciones.
A los pueblos escondidos de Antioquia el cine llegó de manos de un gitano. De cabello rojizo, mirada serena y espíritu libre, Roberto Gómez recorrió esos paisajes montañosos en su vieja Chevrolet, llevando las novedades traídas de otras partes.
Gitano de sangre, vida y tradición, acompañado por su hermano Sabas y un viejo proyector, Roberto llevó a los campesinos películas como El gallo de oro o Ahí está el detalle de Cantinflas, por un costo de 20 pesos la entrada.
Cuando se cansó del negocio se dedicó de nuevo a su oficio tradicional: la forja del cobre, aprendido de su padre, Mattei, un viejo gitano francés que llegó a Colombia como polizón de un barco.
En ese entonces Roberto tenía 19 años. Hoy tiene 67 y continúa viajando de pueblo en pueblo ofreciendo sus pailas de cobre en un viejo Suzuki verde. Asegura que conoce toda Colombia porque por cultura y tradición un gitano necesita viajar y conocer nuevas gentes para sentir que es de todas partes y de ninguna.
Nunca ha tenido reloj, para no sentirse esclavo del tiempo, y a cada casa que llega pone un letrero de “Se vende”, para dejar abierta la posibilidad de irse en cualquier momento, cuando se canse de ver la misma gente.
“No hay nada mejor que levantarse y ver cosas nuevas. Esas es la vida del gitano: buscar nuevas caras, nuevas gentes y nuevos horizontes”, asegura Roberto.
Mientras se toma un tinto cargado y prende un cigarrillo tras otro, recuerda cómo crió a sus tres hijos en una camioneta Silverado como casa mientras recorrían Antioquia, Santander y la costa vendiendo pailas de cobre, junto a su esposa. Recuerda también como vio incendiar su camioneta por un corto circuito, mientras se fumaba un cigarrillo, sin intentar salvarla; o cómo hace un año regaló una finca en Anorí (Antioquia) de 300 hectáreas porque uno de sus hijos fue amenazado por un grupo armado.
Historias que cuenta con tristeza o picardía pero que no son otra cosa que la muestra de su desprendimiento por lo material porque todos los que lo conocen de cerca no dudan en decir que para él lo importante solo ha sido una cosa: ser feliz.
“Los gitanos siempre vivimos el presente. No pensamos en el futuro ni en el pasado sino en el ahora”, asegura el viejo gitano. A veces tienen mucho, a veces poco, pero nunca falta lo importante.
Por eso en su mesa nunca falta un buen plato de carne de cerdo y, siempre que se pueda, un carro como pertenencia, no como símbolo de lujo sino de movilidad y libertad. Como la posibilidad de irse en cualquier momento.
A sus 67 años no piensa en tener mucho dinero, más bien le preocupa la desintegración de su comunidad, la pérdida de sus tradiciones y su gran sueño es que sus tres hijos se casen con gitanos para mantener la raza.
Espera poder celebrar los tres rituales del casamiento de su hija Deisy: el manglimosh, o pedida en el que el padre del novio debe dar una dote por la mano de la novia; el abiao, o matrimonio en el que la pareja se une con el consentimiento de los viejos, y el appachiu, en el que la mujer debe demostrar su virginidad como símbolo de pureza y honor.
Deisy, sin embargo, se resiste en silencio. Ella es de las pocas gitanas que ha estudiado y tiene miedo de perder su libertad porque por tradición la mujer gitana es abnegada, buena compañera y solo hace lo que su marido le permita. Los hombres son los portadores de la raza y pueden casarse con una mujer no gitana pero si ellas lo hacen son desplazadas de la comunidad y son una deshonra para los demás.
En su casa, ubicada en el barrio El poblado de Girón, se habla el romanés, lengua tradicional de los gitanos. Un pueblo nómada que llegó a Colombia hace 400 años proveniente de Rumania, España, Rusia y Grecia y cuyo origen, según estudiosos, proviene de la India.
Llegaron a América con los primeros colonizadores europeos y se dice que en el tercer viaje de Colón se embarcaron cuatro Rom. Una época en que todas las naciones europeas los perseguían y expulsaban.
Están organizados por grupos de familias, conocidos como Kumpanias, ubicadas en Bogotá, Girón, Cúcuta y Antioquia y que integran en total a cerca de 6.000 gitanos que viajan de un lado a otro pero tienen un lugar donde llegar.
Girón, sin embargo, es el lugar tradicional de los gitanos. Llegaron desde Antioquia en busca de nuevas tierras y su Kumpania es una de las más importantes. Alli viven cerca de 100 familias y se encuentran algunos de los viejos más reconocidos. Además, hacen parte de las atracciones turísticas de la región y todo forastero que llega pregunta por ellos.
Aunque ya no viven en carpas conservan muchas de sus tradiciones: el idioma, la obediencia a su propia ley --la Kriss--, y los oficios tradicionales transmitidos de generación en generación. El poder reposa en los viejos y son ellos quienes aplican la ley gitana. Los hombres viven de la forja del cobre, la venta de caballos y el comercio de zapatos. Las mujeres se dedican al oficio milenario de predecir la buenaventura.
Un pueblo invisible
En la plaza de Girón, los transeúntes y turistas se encuentran en el parque con mujeres de cabellos largos y faldas de colores que les pronostican por 2.000 pesos fortuna, dinero y amor.
En el atrio de la iglesia están siempre las gitanas. Hacen parte de la tradición de un pueblo al que llegaron hace más de tres décadas, sin embargo, allí y en todos los pueblos a los que antaño los gitanos llevaron alegría y novedades los comentarios siempre los señalan.
En las tiendas y billares se escuchan frases como: “Gitano que se respete nace ladrón y muere ladrón", o "Esa gente daña la imagen del pueblo”.
La discriminación parece ser parte de su historia y de su vida. Desde siempre los gitanos han sido rechazados, tachados de herejes, brujos y ladrones. En la inquisición mataron a muchos de ellos, lo mismo que en la II Guerra Mundial. Fueron expulsados de muchos países, y en Colombia, muchas veces a petición de los curas, eran sacados a piedras de muchos pueblos en los que se instalaban con sus carpas.
Hoy, aunque el rechazo no es tan evidente, el mismo sacerdote de Girón, Padre Julio César Muñoz, no duda en afirmar: “Lo que las gitanas hacen está considerado por la Iglesia como una práctica supersticiosa y como un pecado. Según San Pablo, las prostitutas, los borrachos, los ladrones y las brujas no llegarán al reino de los cielos”.
Por eso, para evitar ser discriminados, los gitanos han tenido dos estrategias de supervivencia: la invisibilidad y la automarginalidad. Hablan de su origen según la conveniencia. Por ejemplo, en el caso de las mujeres, que leen la mano, pero en general prefieren no hablar de su procedencia para evitar ser rechazados y viven en lugares apartados.
Su relación con los gadye o no gitanos se limita a lo comercial y siempre está basada en intereses económicos. Para lo demás no les interesan, porque siempre los agreden. Por eso Roberto no duda en afirmar “Mi relación con el gadye termina cuando termina el negocio. No es una amistad sincera porque con él no puedo hablar de mis miserias, solamente de mis grandezas.”
Sin embargo, Roberto reconoce que esto tiene que cambiar porque de lo contrario el gitano está destinado a desaparecer. Su hijo mayor, Vénecer, ha comenzado un proceso para visibilizar a su comunidad y concientizar a su gente de la necesidad de cambiar algunas cosas para no desaparecer.
“Las condiciones han cambiado; nuestros jóvenes no están preparados y nuestros oficios ya no son rentables. Por eso los gitanos deben olvidar ese miedo ancestral que tienen a ser discriminados y deben empezar a contar su propia historia y no esperar a que los otros la cuenten”, asegura el joven estudiante de derecho.
Él representa a su comunidad ante el Estado que en la constitución del 91 los reconoce como minoría étnica y parte de la riqueza pluriétnica y cultural del país. Desde allí, está intentando que se les den las garantías que merecen como salud y educación bilingüe.
Según Vénecer “los gitanos prefieren que les tengan miedo para que no se metan con ellos. El problema es que el hombre destruye aquello a lo que teme y eso está pasando con nosotros. Ahora no nos cortan la lengua como antes, pero nos siguen cerrando las puertas”.
Su padre, Roberto lo apoya. Quiere que su comunidad no se acabe pero reconoce que necesita más preparación para poder competir y demostrar que no son tan malos como se les pinta.
Su lucha fue siempre por ser feliz. Ahora la lucha de su hijo es la reivindicación de su comunidad, la de una raza que nunca ha impuesto su forma de ser y pensar pero que ha resistido durante siglos cargando a cuestas su tradición aun a pesar de los dedos que los señalan.
Miércoles 16 de abril de 2003Especial para EL TIEMPO
GITANOS: EL PUEBLO INVISIBLE
Por:
MARÍA MERCEDES ABAD
Un país de minorías étnicas que, con frecuencia contra la corriente, además de sobrevivir, luchan por mantener sus tradiciones y su lengua. Enigmáticos, misteriosos, los gitanos están en Colombia desde hace siglos. En esta cuarta entrega de la serie, un viejo gitano cuenta su historia de aventura y errancia en Colombia, fiel reflejo de la lucha de este pueblo por mantener sus lenguas y tradiciones.
A los pueblos escondidos de Antioquia el cine llegó de manos de un gitano. De cabello rojizo, mirada serena y espíritu libre, Roberto Gómez recorrió esos paisajes montañosos en su vieja Chevrolet, llevando las novedades traídas de otras partes.
Gitano de sangre, vida y tradición, acompañado por su hermano Sabas y un viejo proyector, Roberto llevó a los campesinos películas como El gallo de oro o Ahí está el detalle de Cantinflas, por un costo de 20 pesos la entrada.
Cuando se cansó del negocio se dedicó de nuevo a su oficio tradicional: la forja del cobre, aprendido de su padre, Mattei, un viejo gitano francés que llegó a Colombia como polizón de un barco.
En ese entonces Roberto tenía 19 años. Hoy tiene 67 y continúa viajando de pueblo en pueblo ofreciendo sus pailas de cobre en un viejo Suzuki verde. Asegura que conoce toda Colombia porque por cultura y tradición un gitano necesita viajar y conocer nuevas gentes para sentir que es de todas partes y de ninguna.
Nunca ha tenido reloj, para no sentirse esclavo del tiempo, y a cada casa que llega pone un letrero de “Se vende”, para dejar abierta la posibilidad de irse en cualquier momento, cuando se canse de ver la misma gente.
“No hay nada mejor que levantarse y ver cosas nuevas. Esas es la vida del gitano: buscar nuevas caras, nuevas gentes y nuevos horizontes”, asegura Roberto.
Mientras se toma un tinto cargado y prende un cigarrillo tras otro, recuerda cómo crió a sus tres hijos en una camioneta Silverado como casa mientras recorrían Antioquia, Santander y la costa vendiendo pailas de cobre, junto a su esposa. Recuerda también como vio incendiar su camioneta por un corto circuito, mientras se fumaba un cigarrillo, sin intentar salvarla; o cómo hace un año regaló una finca en Anorí (Antioquia) de 300 hectáreas porque uno de sus hijos fue amenazado por un grupo armado.
Historias que cuenta con tristeza o picardía pero que no son otra cosa que la muestra de su desprendimiento por lo material porque todos los que lo conocen de cerca no dudan en decir que para él lo importante solo ha sido una cosa: ser feliz.
“Los gitanos siempre vivimos el presente. No pensamos en el futuro ni en el pasado sino en el ahora”, asegura el viejo gitano. A veces tienen mucho, a veces poco, pero nunca falta lo importante.
Por eso en su mesa nunca falta un buen plato de carne de cerdo y, siempre que se pueda, un carro como pertenencia, no como símbolo de lujo sino de movilidad y libertad. Como la posibilidad de irse en cualquier momento.
A sus 67 años no piensa en tener mucho dinero, más bien le preocupa la desintegración de su comunidad, la pérdida de sus tradiciones y su gran sueño es que sus tres hijos se casen con gitanos para mantener la raza.
Espera poder celebrar los tres rituales del casamiento de su hija Deisy: el manglimosh, o pedida en el que el padre del novio debe dar una dote por la mano de la novia; el abiao, o matrimonio en el que la pareja se une con el consentimiento de los viejos, y el appachiu, en el que la mujer debe demostrar su virginidad como símbolo de pureza y honor.
Deisy, sin embargo, se resiste en silencio. Ella es de las pocas gitanas que ha estudiado y tiene miedo de perder su libertad porque por tradición la mujer gitana es abnegada, buena compañera y solo hace lo que su marido le permita. Los hombres son los portadores de la raza y pueden casarse con una mujer no gitana pero si ellas lo hacen son desplazadas de la comunidad y son una deshonra para los demás.
En su casa, ubicada en el barrio El poblado de Girón, se habla el romanés, lengua tradicional de los gitanos. Un pueblo nómada que llegó a Colombia hace 400 años proveniente de Rumania, España, Rusia y Grecia y cuyo origen, según estudiosos, proviene de la India.
Llegaron a América con los primeros colonizadores europeos y se dice que en el tercer viaje de Colón se embarcaron cuatro Rom. Una época en que todas las naciones europeas los perseguían y expulsaban.
Están organizados por grupos de familias, conocidos como Kumpanias, ubicadas en Bogotá, Girón, Cúcuta y Antioquia y que integran en total a cerca de 6.000 gitanos que viajan de un lado a otro pero tienen un lugar donde llegar.
Girón, sin embargo, es el lugar tradicional de los gitanos. Llegaron desde Antioquia en busca de nuevas tierras y su Kumpania es una de las más importantes. Alli viven cerca de 100 familias y se encuentran algunos de los viejos más reconocidos. Además, hacen parte de las atracciones turísticas de la región y todo forastero que llega pregunta por ellos.
Aunque ya no viven en carpas conservan muchas de sus tradiciones: el idioma, la obediencia a su propia ley --la Kriss--, y los oficios tradicionales transmitidos de generación en generación. El poder reposa en los viejos y son ellos quienes aplican la ley gitana. Los hombres viven de la forja del cobre, la venta de caballos y el comercio de zapatos. Las mujeres se dedican al oficio milenario de predecir la buenaventura.
Un pueblo invisible
En la plaza de Girón, los transeúntes y turistas se encuentran en el parque con mujeres de cabellos largos y faldas de colores que les pronostican por 2.000 pesos fortuna, dinero y amor.
En el atrio de la iglesia están siempre las gitanas. Hacen parte de la tradición de un pueblo al que llegaron hace más de tres décadas, sin embargo, allí y en todos los pueblos a los que antaño los gitanos llevaron alegría y novedades los comentarios siempre los señalan.
En las tiendas y billares se escuchan frases como: “Gitano que se respete nace ladrón y muere ladrón", o "Esa gente daña la imagen del pueblo”.
La discriminación parece ser parte de su historia y de su vida. Desde siempre los gitanos han sido rechazados, tachados de herejes, brujos y ladrones. En la inquisición mataron a muchos de ellos, lo mismo que en la II Guerra Mundial. Fueron expulsados de muchos países, y en Colombia, muchas veces a petición de los curas, eran sacados a piedras de muchos pueblos en los que se instalaban con sus carpas.
Hoy, aunque el rechazo no es tan evidente, el mismo sacerdote de Girón, Padre Julio César Muñoz, no duda en afirmar: “Lo que las gitanas hacen está considerado por la Iglesia como una práctica supersticiosa y como un pecado. Según San Pablo, las prostitutas, los borrachos, los ladrones y las brujas no llegarán al reino de los cielos”.
Por eso, para evitar ser discriminados, los gitanos han tenido dos estrategias de supervivencia: la invisibilidad y la automarginalidad. Hablan de su origen según la conveniencia. Por ejemplo, en el caso de las mujeres, que leen la mano, pero en general prefieren no hablar de su procedencia para evitar ser rechazados y viven en lugares apartados.
Su relación con los gadye o no gitanos se limita a lo comercial y siempre está basada en intereses económicos. Para lo demás no les interesan, porque siempre los agreden. Por eso Roberto no duda en afirmar “Mi relación con el gadye termina cuando termina el negocio. No es una amistad sincera porque con él no puedo hablar de mis miserias, solamente de mis grandezas.”
Sin embargo, Roberto reconoce que esto tiene que cambiar porque de lo contrario el gitano está destinado a desaparecer. Su hijo mayor, Vénecer, ha comenzado un proceso para visibilizar a su comunidad y concientizar a su gente de la necesidad de cambiar algunas cosas para no desaparecer.
“Las condiciones han cambiado; nuestros jóvenes no están preparados y nuestros oficios ya no son rentables. Por eso los gitanos deben olvidar ese miedo ancestral que tienen a ser discriminados y deben empezar a contar su propia historia y no esperar a que los otros la cuenten”, asegura el joven estudiante de derecho.
Él representa a su comunidad ante el Estado que en la constitución del 91 los reconoce como minoría étnica y parte de la riqueza pluriétnica y cultural del país. Desde allí, está intentando que se les den las garantías que merecen como salud y educación bilingüe.
Según Vénecer “los gitanos prefieren que les tengan miedo para que no se metan con ellos. El problema es que el hombre destruye aquello a lo que teme y eso está pasando con nosotros. Ahora no nos cortan la lengua como antes, pero nos siguen cerrando las puertas”.
Su padre, Roberto lo apoya. Quiere que su comunidad no se acabe pero reconoce que necesita más preparación para poder competir y demostrar que no son tan malos como se les pinta.
Su lucha fue siempre por ser feliz. Ahora la lucha de su hijo es la reivindicación de su comunidad, la de una raza que nunca ha impuesto su forma de ser y pensar pero que ha resistido durante siglos cargando a cuestas su tradición aun a pesar de los dedos que los señalan.
Miércoles 16 de abril de 2003Especial para EL TIEMPO
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